Un asesinato
Entre los tan frecuentes homicidios que alarman a la población chilena, y que la prensa se apresura a refregar en la cara de cada uno, llamó especialmente la atención el asesinato de un extranjero con estatuto de refugiado, ex oficial del ejército de su país. Dos hipótesis se barajaron desde el comienzo: o bien el asesinado, dado que era opositor activo al gobierno venezolano, fue víctima de agentes de la inteligencia de Caracas, o bien cayó en las manos de una banda de narcos, entre las muchas que parecen tener licencia para operar en Chile y entre las que no faltan las de procedencia venezolana, precisamente.
El asunto tuvo comprensible repercusión y las críticas llovieron sobre el gobierno y la policía que de él depende –por simple lenidad o incompetencia para garantizar la seguridad de los habitantes del país, o por sospechosa tolerancia con el régimen de Maduro-, hasta que fue “tapado” por la revelación de las andanzas de un corruptor transversal –aunque más inclinado actualmente, por lo que parece, a la derecha-, algo así como el corruptor de Hadleyburg del cuento de Mark Twain, que corrompió a toda una ciudad. No es menor, ciertamente, que la policía civil y otros servicios públicos hayan sido penetrados por este personaje.
Pero volviendo al asesinato del ciudadano venezolano, desde luego las dos hipótesis no son incompatibles –perfectamente un servicio de inteligencia puede operar, en ciertos casos, a través del bajo mundo. Todo está por probarse, desde luego. ¿Tenía acaso el ex oficial algún tipo de negocios con los narcos, que llevaron a éstos a cobrarse del modo que se sabe? ¿Pudo ser él “liquidado” de un modo no inusual entre los servicios de las potencias? El caso es ciertamente inédito en Chile, aunque no a la inversa –agentes chilenos eliminando opositores incómodos en el extranjero –pero ésos eran otros tiempos. Puede recordarse también el secuestro de Adolf Eichmann en Buenos Aires, por obra de un comando israelí: caso éste nada discreto ni encubierto, como que llevó al juicio público del secuestrado.
La sola sospecha de intervención, en este caso, del gobierno caraqueño hizo subir el tono de la oposicion de derecha, llegando a insinuarse que la ejecución del ex oficial Ojeda fue “consentida” por el subsecretario del Interior chileno, de visita en Caracas. Fantasía por fantasía, podría pensarse en un trato de do ut des entre dos gobiernos: “entréguenme la cabeza de Ojeda y les detengo la inmigración”, podría haber dicho el presidente Maduro –caso en el cual no se sabría si celebrar la fría determinación política del gobierno de Boric. Pero todo el asunto tiene otros bemoles. La actual oposición venezolana –al menos en sus niveles más militantes- tiene evidentes vínculos con la inteligencia norteamericana. Las actividades del asesinado ex oficial en Chile podrían no ser tan inocentes, respecto a un país con el que existen –pese a algunas salidas de tono- buenas relaciones.¿Se encuentra Chile –cuyos habitantes se suelen hacer la ilusión de vivir lejos de las tensiones del mundo- en medio de una disputa entre servicios secretos cuyas motivaciones y modos de operar se nos escapan? Y dada la marcada orientación propalestina de nuestro presidente, ¿habría que esperar la acción, en este país, de otros servicios?
E.R.
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